Ya que estamos en la playa, merece la pena hacer una visita al casco antiguo de Salobreña, que está situado sobre un peñón. Un laberinto de muros encalados, por el que es tan fácil como estimulante perderse.
Subir por sus calles estrechas y empedradas, a pesar de que algunas pendientes son importantes, tiene recompensa. Arriba nos espera un precioso castillo de la época nazarí y unas panorámicas espectaculares.
El pueblo se sitúa sobre un valle repleto de árboles frutales, de aguacate y de mango, por lo que, desde la cima, podemos admirar el verde del campo, los azules del mar y la majestuosidad de las montañas de Sierra Nevada.
Y además, si nos esperamos al atardecer, veremos también la magnífica puesta de sol, tiñendo de rojo el cielo y la playa. Imposible describir tanta belleza. Salobreña, en invierno, calienta el cuerpo y el alma.
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